lunes, 26 de abril de 2010

PARABOLA DE LA PEQUEÑA TRIBU


Había una vez una pequeña tribu que cabía en sólo cuatro o cinco barcos.

Un día, se lanzó al mar en búsqueda de una isla en la cual, según contaban los antepasados, se escondía un fabuloso tesoro.

Afrontó mil tempestades, superó mil naufragios hasta que un hermoso día alcanzó la isla soñada.

La pequeña tribu desembarcó en el único puerto de la isla. Sabía que el tesoro no se escondía allí sino entre las rocas de una montaña muy alta en otra parte de la isla, pero en el puerto se encontró con espectáculos de payasos y de malabaristas muy divertidos.

A la pequeña tribu le pareció que luego de un tan largo y penoso periplo tenía derecho a descansar. Se instaló en el puerto, se acomodó y se dejó entretener dulcemente por los payasos y los malabaristas. Y se sintió tan bien que pronto se olvidó por completo del tesoro que la había conducido hasta allí.

No tardó mucho tiempo en convertirse ella también en una tribu de payasos.

Así es como la pequeña tribu del Québec, cuya historia se construyó con mucho sufrimiento alrededor de un bello sueño, hoy casi sólo se interesa en festivales y en circos.

Lo mismo pasa a menudo con grupos valiosísimos que lucharon durante mucho tiempo por un mundo distinto, y llegados tal vez a unos pocos kilómetros de alcanzar la meta, se dislocan, tiran la toalla y terminan engrosando la masa de la inconsciencia y de la frivolidad.

Esto le pasó al grupo de los seguidores de Jesús al llegar a un gran “cruce” del camino.

Mucho más triste habría quedado la historia del mundo si hasta él se hubiera desistido.

“El que se mantenga firme hasta el fin…” (Mc 13, 13).